viernes, 27 de marzo de 2009

el sueño despierto

Desde el fin de los tiempos te vas a la concha de tu madre.
Y cuando me dijo eso no entendía nada. Ni él ni yo. Debería haberlo mandado a la mierda, pero algo me llevó a quererlo. Tengo que escribir para contener otros deseos. Siniestros. Son de los que menos me gustan y los que más placer brindan en la imaginación.
Volviendo a este alter ego disminuido e ineficiente, lo odiaba. En ese momento solo quería ver su sufrimiento.
Decidi emprender un nuevo desafío que sabía no iba a terminar. El de entenderlo. Comprenderlo sin importar nada. Aceptarlo sin demandar algo por eso.
Dificil tarea. Si ni siquiera lo conozco bien. Alerta de tormenta en el cielo, salí sin la bolsa. De querer cagarlo a palos, paso a poner la otra mejilla. Es bastante innatural, no surge sólo. Como una reacción analizada, hay que pensarlo (no es lugar para las teorías del poder la cancha llena).
En una tarea sin precedentes, subí a mi fitito azul, prendí el motor y lancé a rodar. Pase por todas las avenidas del sur de la ciudad. Caseros, Garay, Independecia, San Juan y Belgrano,
me vieron pasar muchas veces y nunca frenar. Patricios y Montes de Oca solo sintieron lejano un dejo del cometa.
En todas ellas y sus cruces, realicé las preguntas de siempre. Estaba preguntando mal. Tenía que encontrar la forma de mejorar eso.
Fui a un curso de escultura en la calle Bulnes. Cerca de Corrientes.
Ahí conocí a Florian Melron. Me indicó un camino aún más díficil, pero sabía que tenía que escucharlo. Su piel no transpiraba. Eso lo delató.
Fuimos hasta la puerta de la escalera que ascendía, fácil, cuarenta pisos en mil escalones. Sin barandas. Un pasillo largo con la luz al final. Típico de estas situaciones. No caminé, corrí. Corrí a toda velocidad. Cuando estaba llegando al final me frené en seco. Cerré los ojos. Y me deje caer. Las luces entraron tan hondo en mi cabeza que escupía pedazos de relámpagos. Y destilaba alcoholes de sufira que nunca había olido. Iba acompañado de los dioses ausentes.
Si pegue onda o qué , no sé. Pero me llevaron al río a ver un atardecer.
Fumamos, tomamos, dormimos. Todo cerca de una fogata. No hablamos en ningún momento. El agua del río proyectaba imágenes calmas de perros durmiendo. Uno de ellos se acercó a la orilla y no dejaba de mirarme.
“Disculpame, con perros no hablo”.

No hay comentarios.: